Por Armando Almánzar Botello
Tal como
nos han revelado las investigaciones antropológicas, psicoanalíticas y lingüísticas,
el ser humano se define y sitúa en relación con el mundo a través del Orden
Simbólico.
Este orden significante, en
gran medida constituido por el lenguaje articulado, contamina y labra la
relación del hombre con lo real.
En ese sentido, se podría decir
que todo cuerpo propio es desde siempre
cuerpo impropio, por cuanto
la artificialización es un efecto de la alteración y tamizado de la continuidad
inconmensurable de lo real por los “espectros discontinuos” (Lévi-Strauss,
Derrida, Wajsman), del registro simbólico de la cultura.
Prolongando esta vertiente
de nuestra argumentación podríamos aseverar también que todo cuerpo (im)propio es cuerpo protésico, pues el lenguaje como órgano artificial/natural
(Lacan), las llamadas técnicas del cuerpo (Mauss), y el biopoder (Foucault), es
decir, el conjunto de los dispositivos de artificialización semióticos,
técnicos y tecnológicos a disposición del ser humano, tal como se presentan en
formas estratificadas de poder en un momento histórico específico, contribuyen
radicalmente a definir las modalidades de “propiocepción” del cuerpo vivido, y
a perfilar lo que en cierto discurso fenomenológico se ha denominado subjetividad/carnalidad
intercorporal.
Existe pues, una
inter-retro-acción compleja, en bucle (Morin), entre corporalidad visceral y excrementicia,
cuerpo libidinal psicoanalítico, cuerpo sin órganos artaudiano y cuerpo metafórico del espacio público
y social.
Es preciso aclarar que el
poeta, actor, dramaturgo y pensador Antonin Artaud, y siguiendo los
planteamientos del Momo, su coterráneo el filósofo Gilles Deleuze, entienden el
cuerpo
sin órganos no como una simple
ausencia de estos atributos orgánicos, sino como producción de un cuerpo
metamórfico, proliferante. Este cuerpo sin órganos, a diferencia del organismo
como “silencio de los órganos” determinados, se define por la presencia actuante de órganos indeterminados,
temporales y provisorios que se manifiestan en un juego metamórfico de
intensidades que no debe ser confundido con la mera corporalidad
anatomo-fisiológica y sus procesos de homeostasis y supervivencia.
La crisis del modelo corporal/urbanístico
armónico y clásico –modelo que pretendía mantener ligados de forma solidaria, en
aparente integridad funcional, el cuerpo propio del sujeto, determinado como
organismo armónico y apolíneo, y el cuerpo de la ciudad entendida como cuerpo
público y metafórico, presunto recinto de racionalidad y pureza-, posibilitó,
con el advenimiento de la modernidad, la manifestación de una serie de
fracturas, heridas simbólicas y atolladeros urbanos, que van a ser concebidos
por el pensamiento semiótico, psicoanalítico, sociológico, antropológico, psico-geográfico
situacionista , fenomenológico y post-fenomenológico, como síntomas a seleccionar, interpretar y
analizar.
La quiebra del proceso
biológico-cultural de “protracción”, entendido como antropogénesis de la cara y producción histórica
permanente de facialidad o rostridad humanas, alcanza en el arte moderno su más
significativa expresión esquizo-estética
en los retratos realizados por Pablo
Picasso, Alberto Giacometti, Francis Bacon, Andy Warhol, entre otros. En ellos
se expresa la ruptura moderna entre la corporalidad estallada, devenida carne
gozosa y/o sufriente, y el amueblaje de representaciones, emblemas y símbolos
de status que servía de marco asegurador a la individualidad burguesa.
“Después
de la contra-cultura, ¿acaso estamos en el alba de una cultura, de un arte
contra-natura?”, se
pregunta en su ensayo Un arte despiadado, Paul Virilio, el filósofo y urbanista galo,
crítico y estudioso de las nuevas tecnologías, informáticas, bio-telemáticas, quirúrgico-virtuales y
genético-transgénicas que permiten en fecha reciente modalidades de expresión
artística completamente insospechadas.
En la mencionada obra, el
filósofo francés arroja un estremecedor balance de la situación de las artes en
el contexto de la post-modernidad, y resalta lo que él considera una sobre-exposición
histérica, para-psicótica o meramente espectacular del horror y la violencia, que,
bajo la apariencia de una cierta crítica a ”lo dado”, promueve de hecho un
imaginario ligado a la mutilación indiscriminada de los cuerpos para satisfacer
en bruto las pulsiones sado-masoquistas y canibalísticas del espectador,
convertido en “mirón” de de la negatividad banalizada.
Para
Virilio, teórico y crítico del cibermundo y de la dromología (teoría de la velocidad), lo anteriormente expuesto
genera un crecimiento exponencial de la violencia simbólica y real del sistema,
entendida como violencia sistémica, como línea fría de simple destrucción y
muerte y en la cual, la capacidad mutante y creadora de la
desterritorialización estética genuina se ha perdido.
La
violencia convencional programada no
participa de la “furia parsimoniosa” que
caracteriza a la textualidad transgresiva,
liberadora y abierta al carácter imprevisto y singular del acontecimiento.
Aquella
consabida violencia sistémica, complementaria del proyecto general de “pacificación”
y guerra preventiva contra la diferencia, apunta a neutralizar, interesada y
perversamente, los conflictos y tensiones necesarios entre lo simbólico, lo
imaginario y lo real, con miras a reforzar la pasividad reactiva en los sujetos
(existe una pasividad activa positiva cuyo valor táctico y estratégico aflora
en ciertas ocasiones) y la desmovilización del espectador como sujeto político
de la red espectacular de los poderes.
De
modo similar o colindante con estas ideas de Virilio, han articulado la
estrategia de sus respectivos discursos algunos pensadores del llamado porvenir de la nueva revuelta, tales
como Julia Kristeva, Jaques Derrida, Michel Foucault, Guy Debord, Martha López
Gil, Rosi Braidotti, Ernesto Laclau, Jean Baudrillard, Néstor García Canclini, Mark
Dery, Donna Haraway, Iris M. Zavala, Edgar Morin, Gianni Vattimo, Slavoj Zizek,
entre otros. En la heterogeneidad de sus enfoques, estos escritores marcan
nuevas posibilidades de reflexión sobre la post-modernidad y la
planetarización.
Sin
restar valor alguno a las advertencias de Virilio, pero sin compartir una
cierta neo-tecnofobia que en ocasiones impregna a su discurso -quizá por
razones estratégicas y preventivas, consideramos que resulta necesario esclarecer
críticamente, caso por caso, si una determinada manifestación artista es
realmente una exploración del sentido y de la extraña problematicidad de lo real inaudito, o es mero fetichismo de los medios técnicos y
simple “academicismo del horror” situado
en el registro de lo intrascendente.
El
objeto estético presentado como simple casting de la angustia, despoja a
ésta de sus poderes de revelación transmutantes, programando la violencia bruta
y legitimándola frente al arrebato creador de la furia de una escritura
concebida como exceso textual
que transforma la economía micropolítica de la subjetividad, sin dejarse
atrapar por el guión del mundo ni por “el hacha del juicio normativo”.
La
pura violencia espectacular post-moderna, enrejada en su aviesa estrategia de
“comerse al otro”, corresponde a lo que Lacan denomina “floculación difusa del
odio” en el Discurso Capitalista del Nuevo Amo: el Mercado “policéntrico”,
competitivo y segmentado.
En
este sentido, el filósofo Jacques Derrida nos habla de un carno-falogocentrismo,
para expresar la unión indisoluble que se produce en el contexto de la
tradición metafísica occidental entre canibalismo –real o simbólico- y el
centralismo violento del falo, el logos y la oralidad, todo ello en detrimento
de la escritura, el arte, la mujer y el espaciamiento dialógico.
Inversamente
a la detección de la banalidad en la violencia seudo-artística convencional, se
torna cada vez más urgente determinar cuándo estamos en presencia de un
auténtico arte trágico de la crueldad -en el sentido artaudiano de esta
expresión-, de un arte abisal y dionisíaco que, estratégicamente y por exceso
de fuerza y humor, explora significativamente la dimensión de lo sublime y/o de
lo siniestro, situada más allá de la belleza entendida como simple velo del
horror.
Como
dice Lacan: producir y descubrir objetos artísticos a la medida de una est/ética rota cónsona con la urgencia
del acto ético/creador puro.
Aquel
arte quizá nos revele, atravesándola con sus luces y sombras, con su juego
trágico-humorístico de vuelos y caídas, la trama ideológico-libidinal que
subtiende a las modalidades y “dispositivos de semiotización colectiva”
(Guattari), operantes en el cuerpo estético-político de la post-modernidad.
Ese
arte de resistencia a que aludimos se debate con los nuevos materiales,
temáticas, técnicas y novísimas tecnologías, en su afán de crear nuevos códigos
y lenguajes, nuevas posibilidades semióticas situadas más allá de los usos y
decursos cognitivo-instrumentales y pragmáticos asignados a las tecnologías por
el mercado.
De
qué modo y hasta qué punto las llamadas estéticas de ultravanguardia -representadas
actualmente por la escritura hipertextual e hipermedia, el arte tanatofílico y
transgénico de un Eduardo Kac, los “visionarios” de la realidad virtual, las
experimentaciones biotelemáticas de interfaz hombre/máquina y las estéticas
protésicas, carnales y de body art al
estilo de Stelarc, Antúnez y Orlan, entre otras manifestaciones extremas- son
meras genuflexiones ante los poderes más duros y simples consagraciones del Gestell
tecnológico?
Heidegger
concibe el Gestell como estructura de emplazamiento, imposición o
dominio propia de una hipertrofia de la racionalidad predicativa y
cognitivo-instrumental, previa al
centelleo del Ereignis como Acontecimiento
o Trans-apropiación liberadora.
Debemos
tener presente que los fetichismos del objeto técnico que no alcanzan la
articulación polivalente propia de las constelaciones semióticas de relevancia
en el plano artístico transformativo, se constituyen en simples dispositivos de
neutralización funcional del deseo para mantenerlo encerrado en los consabidos
límites de una axiomática del capita
tecno-científico, que exige la producción de ideologemas seudo-innovadores y
seudo-estéticos para ocultar y/o legitimar ante los sujetos serializados la
magnitud monstruosa de las depredaciones y canibalismos del cuerpo lleno,
bulímico, voraz y realmente monstruoso del Capital Financiero.
Armando
Almánzar Botello
Santo
Domingo R.D.
Febrero
de 2005
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