Por Armando Almánzar Botello.
Decía el gran pensador holandés Johan Huizinga, autor del famoso libro
“Homo ludens” (tan elogiado por Ortega y Gasset) que el juego es más antiguo
que la cultura, y que, en lugar de ser un efecto secundario de ella más bien la
produce o la genera.
Huizinga partía, para la articulación de este juicio, de la observación
de la actividad de juego ya existente en el animal no-humano.
Tanto en los animales que juegan como en los humanos, el juego, con sus
diferentes registros de complejidad, va más allá de lo simplemente biológico
y/o físico. Se propone escapar del ámbito utilitario característico de las
lógicas del interés y la conservación,
En este registro específico de su pensamiento, Huizinga considera que
el juego pretende “conferir un sentido” a las actividades vitales de los seres
vivos, en particular a las del hombre.
Consideraba el pensador holandés que el juego, concebido desde el punto
de vista “utilitario” o pragmático, puede implicar o perseguir una descarga de
tensiones, una necesidad de imitación
-presente tanto en los animales como en los humanos-, un deseo de
rivalidad o competencia, etc.
No obstante, Huizinga pensaba que, más allá del interés funcional,
regulador u homeostático que puede revestir el
juego, existe en éste una gratuidad constitutiva, un “interés en el
desinterés” (la idea también es de Alain Badiou), que alcanza en la actividad lúdico-simbólica
de los humanos su grado mayor de concreción.
Huizinga piensa entonces que el juego, esencialmente, escapa a la razón
instrumental y a la lógica de los fines: es una actividad que se realiza porque
sí. Como dice la canción de Serrat: “Sólo vale la pena vivir para vivir”.
Ello no implica negación absoluta del mundo del trabajo que nos
humaniza, sino un abrirnos al intento de recuperar la dimensión transfigurada
de la “animalidad lúdica y sagrada” que
desborda la concepción instrumental de la existencia implicada en la idea de
vivir para trabajar. Por el contrario, debemos trabajar para vivir, y generar,
asistidos por el supremo ludismo del arte, imprevistas y más complejas formas
de belleza, de verdad y de justicia. ¡Juego supremo del hombre: la creación de
valores nuevos!
Estás últimas categorías, aunque podamos conferirles un significado
religioso trascendental, místico o cristiano si se quiere, permanecen como
manifestaciones de un campo de inmanencia en el que lo "(no)humano" y/o lo "(in)humano", se manifiestan como
creatividad permanente e invención perpetua de formas y sentidos.
En este contexto de ideas, ¿qué significado antropológico y
psicoanalítico revestiría el fenómeno postmoderno conocido como “planking”
(tenderse boca bajo en total o extravagante abandono, en lugares públicos y/o
laborales, y fotografiarse con voluntad exhibicionista) en su condición de moda
contagiosa presente en las grandes metrópolis del mundo post-industrial?
Pensamos que este fenómeno del planking, al igual que la práctica del
“hikikomori” entendida como aislamiento y rechazo de las interacciones sociales
reales para sumergirse exclusivamente en los mundos virtuales de las redes
sociales, los videojuegos, los teléfonos móviles y la Internet en sentido
general, manifiesta un doble carácter.
Participa el planking, aunque sea mínimamente, del espíritu creativo
del juego a que alude Huizinga, pero expresa, simultáneamente, una cierta
condición propia de la “fase nihilista pasiva” característica de las sociedades
avanzadas, donde el imperialismo de la razón cognitivo*instrumental y
calculadora -que niega y reprime las racionalidades ético*práctica y estética-,
ha conducido a un retorno sintomático y hedonista de lo reprimido.
El “planking” es entonces una expresión de ruptura sintomática del
vínculo social, una suerte de expresión “estético-espectacular”que corresponde
a la crisis de las sociedades de solidaridad orgánica. Una modalidad banal de
body art sin auténtica búsqueda de nuevos códigos semióticos de expresividad
estético-corporal. Espontaneísmo a-crítico y no resistente. Intento fallido de
hacer valer al cuerpo después que éste ha sido devaluado y obligado a
redefinirse desde el campo de la virtualidad.
Como he afirmado en otros contextos, estos fenómenos para-psicóticos de
ruptura de los vínculos sociales, corresponderían a “un cierto vaciamiento
catastrófico” de las significaciones sociales, simbólicas, que dieron sentido a
las sociedades de solidaridad orgánica. Con la diferencia de que en la práctica
del planning, la ruptura se encuentra recuperada por un efecto de “pantalla
total” al servicio de aquello que se cree combatir o burlar (Baudrillard).
En un mundo de actividad laboral febril e “interaccionismo y
heterodireccionalidad” hipertrofiados como efecto de la incidencia de la Red
sobre la subjetividad de los usuarios y el exceso de estímulos informativos
(muchos de ellos banales), el síntoma del planking expresa un vacío existencial
y un intento fallido de protesta, que no obstante debe ser “escuchado” e
interpretado psicoanalíticamente como expresión de lo que Freud llamaba un
“malestar en la cultura”.
Esta modalidad de malestar es contundentemente visible, hasta ahora, en
las sociedades de Primer Mundo, pero es casi seguro que va a generalizarse,
dada la naturaleza espectacular y global del sistema capitalista.
En su condición de “síntoma padecido”, el planking podría encontrar su
vertiente transgresora de “sinthome” estético (síntoma transfigurado o
sublimado por una intervención analítica o micropolítica: Lacan, Guattari,
Zizek...), si somete su espontaneísmo a un proceso de vigilancia crítica.
Mi tesis es que el “planking” (tablaje o “planchado”), entendido como
"revuelta" sintomática, vendría a contestar a los excesos del
“planning” (planificación), actividad de programación y control que el
inconsciente social de muchos sujetos codifica como algo que no resuelve nada
esencial en el mundo postmoderno, porque de hecho no está al servicio real de
los seres humanos sino a las órdenes de un sistema ciego de producción-mercancía-consumo;
a favor de los intereses del mercado y del gran capital. Planking: síntoma
catatónico de una Sociedad Espectacular Integrada (Guy Debord).
El “planking”, como actividad opuesta y complementaria al “planning”,
vendría a expresar el dilema en el que se ven atrapadas las sociedades
postindustriales: por un lado, culto fetichista a la mercancía y a la actividad
productiva febril, y por el otro, protesta fallida que bordea lo sintomático y
expresa un nihilismo pasivo, (principalmente de los sectores más jóvenes de
esas sociedades), que no alcanza a definir ni articular nuevas formas de
efectiva y transformadora intervención socio-política, ante la irrevocable
crisis histórica de las formas tradicionales de la democracia representativa en
grandes áreas del mundo globalizado.
Unos jóvenes protestan en las plazas públicas manifestando su
inconformidad política al no sentirse representados por las actuales e injustas
modalidades de intervención y manejo de lo público por parte de los aparatos de
poder de los estados, y otros practican el “planning”: modalidad inocua de
disidencia recuperable, y de hecho ya recuperada, por el círculo del mercado y
sus leyes inclementes.
El planking es una suerte de pseudo-faquirismo ideológico espectacular
que expresa una profunda necesidad, creada por el mismo sistema: exponerse,
ofrecerse a la mirada del otro de modo sado-masoquista y
exhibicionista-voyeurista, pero en un gesto negador de la actividad productiva
y realmente creadora.
Planking: estado catatónico del cuerpo social que responde al cuerpo
lleno y bulímico del capitalismo cibernético-financiero, espectacular y
caníbal.
Santo Domingo, República Dominicana.
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