viernes, 28 de febrero de 2014

¡HE AQUÍ LOS REALES MOTIVOS....!


Mutatis mutandis...


Vincent van Gogh. Campo de trigo con cuervos. Óleo. 1890.

Por Armando Almánzar-Botello


Dice el filósofo francés Jean-François Lyotard, de un modo ejemplar y contundente (cito): 


«La modernidad actual espera que la "aisthesis" (la sensación), trabajada por el arte y la escritura, arranque al alma de la nada, y que la arranque justo a tiempo, urgentemente. Un ejemplo: comparen el amarillo del campo de trigo de Van Gogh con el prodigioso amarillo que utilizó Vermeer para templar el muro de ese cuadro que se llama "La ciudad de Delft". Hay un muro que rodea la ciudad en primer plano y hay un extraño amarillo en esta pintura de la que Proust habla, en "En busca del tiempo perdido", como de una “sensación” (...) En fin, si ustedes miran los dos amarillos, el amarillo de Vermeer es un amarillo temperado, de temperancia, que acoge, que llama la mirada dulcemente y no la fija en forma violenta como el de Van Gogh. El tratamiento de lo sensible es totalmente diferente: mientras que el amarillo de Vermeer no habla para nada de la muerte y confía en un acuerdo entre el "ánima" y la "aisthéton" (lo sensible), el amarillo de Van Gogh es un amarillo hecho para alertar, para despertar al alma sensible y salvarla de la muerte, del letargo. Entre los dos vemos el camino recorrido por la problemática nihilista de la estética de los últimos dos siglos de pintura europea.» Jean-François Lyotard.

Johannes Vermeer. La ciudad de Delft. 1658. Óleo sobre tela.


Digo ahora yo, mutatis mutandis (me cito): 

«En el arduo trabajo semiótico inverosímil, sublime y/o siniestro que comporta la concepción, alumbramiento y goce del auténtico poema —labor en esencia siempre monstruosa por verificarse en conflicto con el lugar común de los decires banales y normativos, de las añejas cárceles taxonómicas roídas—, no debemos proseguir con simpleza imitando, plagiando y lamiendo insulsamente aquel mundo antiguo que se expresa en el oro melodioso y genuino de Johannes Vermeer, sin que atisbemos apenas la moderna prosodia rugiente, abierta y en curso del oro que aúlla y araña y despierta y advierte —oralidad de un sol naciente con su dicción en revuelta, que grita contra la decadencia y la muerte vestida de galas—, tal como aparece de modo renovado y promisorio en la obra feroz de un Vincent van Gogh. Mutatis mutandis: No creo —¡oh viejos y gentiles caballeros de un mundo repetido sin gracia ni sustancia y en efecto ya caído y hecho polvo!— en una poesía montada en el mero uso de lugares comunes, ni en acrobacias retóricas triviales, ni en mera cohetería o carpintería de sintagmas manoseados y cosmética ruin. Aunque todo poema comporte oficio y artificio, el auténtico poeta no es el simple artesano constructor-repetidor de atareadas y baladíes maquinitas retóricas cuyo pueril funcionamiento imitativo se torna completamente previsible al compás de cada verso nauseabundo por banal. Para generar nuevas autopistas del significado polivalente, nuevos “perceptos y afectos”, para vislumbrar en un relámpago lo eterno, el poeta debe intentar quebrarle al mundo semántico sus trillados protocolos, su artrítico espinazo sintagmático!». Armando Almánzar-Botello.


En este Blog Cazador de agua: "Faltas ortográficas los cuervos. Breve texto retocado."




© Armando Almánzar-Botello.
Santo Domingo, República Dominicana.

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