Hubo en verdad circunstancias atenuantes
En la furia humedeciéndonos el sueño con las lenguas,
Odelisa me enredaba con su luz interminable...
Hoy camina solitaria por las calles de Manhattan,
pantera en el invierno,
desangrándome un teléfono su voz imaginada,
rondando por su abrigo un aire frío ensombrecido.
Perdida la escritura en Internet,
enciendo en la penumbra de mi página su imagen.
Se abre una ventana:
Odelisa caminando por las calles de Manhattan.
Eleva la memoria su árbol de relámpagos,
la música inclemente,
la flauta con sus pájaros,
su agrio resplandor terrible hasta el orgasmo.
Huesos blancos y palabras.
Llueve angustia en este cielo.
Hacia el fondo y lentamente llueve pena en los espejos,
huesos blancos y palabras.
Odelisa como el viento por las calles de Manhattan.
Limpio y hondo su recuerdo.
Unicornio desatado de las manos se me escapa,
virgen negra que me huye incandescente
por los labios luz de incendio hacia las venas.
Agua pura de mi alma.
Mía sangre anochecida,
la que ondula en su recóndita distancia reservada.
Odelisa sonriente por las calles de Manhattan:
paloma del invierno, grito alto en la mañana.
Su recuerdo resplandece la pureza de una espada,
luz de ángel por la herida.
Sus pasos de mujer dejan huellas en la luna,
en la gélida tormenta de New York y en mi memoria.
Odelisa veloz o detenida.
En el vértigo del tren el misterio suspendido.
Su cuerpo es la promesa irrepetible de su cuerpo.
Su sexo es el fulgor de un astro indescifrable...
La luz ya se derrumba.
El día se desangra y el vídeo se termina.
En el ciego reflujo de las calles y el comercio,
frente al límpido cristal de una vitrina
-llama erguida derritiendo los espejos del invierno-
Odelisa pensativa...
Cálido rubor que me escribe con su aliento,
la carta irrevocable del olvido.
Al poeta Adrián Javier
8 de junio de 2001
Copyright ©Armando Almánzar Botello
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