Caonabo por Abelardo Rodríguez Urdaneta. |
Por: Servio Tulio Almánzar Frías (1931-2005)
Las flautas milenarias de los bosques,
inundan los
vientos patrios con un caudal
de notas
vegetales,
para
saludarte,
mas allá de
la geografía de los huesos y el recuerdo.
Recio
cacique quisqueyano en cuya voz se aposentó el rayo,
el rayo que
da luz y que fulmina;
recio varón,
recio como
las ceibas y los caobos,
en cuya
savia navegan
pedazos de
cielos antillanos.
Tenemos que gritarlo con voz de bronce arrebatado
en el
pórtico mismo de la historia:
fuiste en tu
Isla
atravesada
de ambiciones exóticas,
dios
silvestre de la guerra
semilla
luminosa de heroísmo
árbol
primitivo de dignidades.
Por ti, las
montañas y los valles solitarios,
ensombrecidos
por aquellos que les abrieron amargas rutas a la mar,
se poblaron
de águilas guerrilleras,
y los
vientos septentrionales empujaron
la lanza
acústica de tu grito
hasta los
mismos dominios igníferos del sol.
Sólo por los túneles retorcidos de la traición
pudo llegar
Ojeda ante tu figura de atlética
palmera
antillana,
porque
frente a la luz acerada de los trópicos pequeños de tus ojos
temblaban
los arcabuces
y los hondos
secretos de tu tierra...
Desde el subsuelo de las comarcas,
donde
alumbran las sonrisas de ámbar de los girasoles,
los ídolos
antiguos recuerdan tus hazañas…
Indio
amamantado en la urbe de la intrepidez,
hermano del
dios Términos,
que
protegiste los verdes lares quisqueyanos
contra los
podadores de la rosa del oro.
Para llegar a la raíz del árbol de tu raza
sería
necesario remontar los caudalosos ríos tropicales,
o escalar
fortalezas pétreas de las cordilleras
en cuyos
vértices anidan los relámpagos;
sería
necesario recorrer los caminos profundos del tambor
donde
trepidan las paredes del tiempo…
Después que el polvo escribió su elegía sobre la epidermis de los cemíes,
plasmaron en
la sólida voz de la piedra
tu sagrado
furor,
y tus
piernas,
que fueron
columnas vivientes del templo de Turey,
y tus manos,
que fueron
nidos de cóndores o bosques antillanos de canela
están
aprisionadas por anillos de hierro,
y ahora se
levanta un viento amargo de protestas:
así no
quieren verte nuestros cielos acribillados,
ni el
explotado obrero,
ni el campesino
acorralado,
ni el hombre
de la urbe desolada,
ni el niño
que ya conoce las letras sangrantes
de la
palabra Patria.
¡Así no
quiere verte la diosa de la Historia!
Ahora hay que convocar a los ángeles escultores
para que
cincelen tu nueva estatua en la materia pura de las auroras,
y te
presenten erguido sobre los agrios riscos
de Maguana,
empuñando el
arco y la flecha,
¡coloso
sagitario desafiando la voz terrible
de la
pólvora,
y sembrando
la Isla
de
imperativas libertades!
1967
Nueva Antología de Poetas Mocanos. Julio Jaime Julia. Editora Corripio, 1988. Páginas 69-71
Santo Domingo, República Dominicana.
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