lunes, 5 de marzo de 2012

JUNG Y LA SINCRONICIDAD (Relato breve)

"La felicidad existe, pero no es para nosotros"... Algo así escribía Franz Kafka. ¿Quería significar el gran escritor checo que no podemos nunca disfrutar de ella, que nos está vedada toda felicidad?...¡No! Quería decir, sencillamente, que aquello que nos hace felices no aparece allí donde lo esperamos.... que la felicidad existe a la medida de cada singularidad o sujeto... Tyche, decían los griegos: encuentro indeterminado, no calculable, con lo Real... Lo que es la felicidad para 'Juan' no lo es para 'Pedro'. Esto no niega la posibilidad de luchas programáticas por el bienestar común... Pero, esencialmente, para cada sujeto, la felicidad es lo imprevisto, lo contingente... ¿Como La Revolución, en la que todavía algunos seguimos creyendo?... ¿Como las pequeñas y diversas revueltas cotidianas que marcan un destino, y secretamente nos transforman?... El tema de la felicidad, a propósito del mencionado pensamiento de Kafka, me fue sugerido por una reflexión del filósofo italiano contemporáneo Giorgio Agamben. A.A.B.




Por: Armando Almánzar Botello





He sido siempre un gran amante de las mujeres y de los libros. No sólo por sus voces oportunas que te salvan, que te avisan del vino tinto sigiloso y reflexivo escondido entre las rocas y arenas del desierto, sino también, en otras circunstancias, por su mágica y sabia reserva de silencio, como si fueran de un modo indiscernible discretos y enigmáticos organismos vivos...

En cierta ocasión, hará unos pocos años, después de buscar afanosamente en mi caótica biblioteca un hermoso librito de la autoría de Aniela Jaffé titulado Personalidad y obra de Carl Gustav Jung, pude observar con gran tristeza, al encontrarlo, que su portada se había desprendido por la debilidad que ocasiona en los libros -y en todo lo que existe-, la secreta violencia ineluctable de los años. Descubrí también que la portada se había extraviado.

Un imprevisto y curioso fetichismo en duelo por un objeto mágico perdido se apoderó de mí en ese instante.

Quería yo consultar de nuevo, en ese texto, la posible interpretación que daba en mi memoria Jaffé a las reflexiones que Jung había vertido en su magnífica obra autobiográfica Recuerdos, sueños, pensamientos, en torno a los vínculos misteriosos que se instauran entre los objetos inanimados y la psique de quienes son sus propietarios.

Al descubrir el libro, pero sin portada, de la escritora discípula de Jung, no atiné a consultar en él aquello que me llevó a buscarlo y sólo pensé:¡Maldición. Ahora tendré que remover la biblioteca completa para encontrar esta maldita portada, carajo!

Exploré al azar durante un largo rato y no encontré nada. Me sentía triste y angustiado, como quien se pierde en un laberinto. No podía evitar la irrupción de un siniestro pensamiento que sin cesar me aseguraba que yo era un simple ciego sin ser Borges. Entonces me dije en voz alta, casi en acto de invocación: -¿Y no voy a encontrar esta bendita portada, mi Dios?... Pues dejaré de buscarla, y punto...

En aquel entonces, los libros de mi biblioteca no estaban muy ordenados -aunque en honor a la verdad ahora tampoco lo están-, y no descubrí en ese momento la razón por la que me sorprendí al divisar, en pleno caos y en las tinieblas superiores de un viejo anaquel que mi curiosidad no visitaba desde hacía varios años, el lomo verde (verde esmeralda como la esperanza, me dije quedamente a mí mismo en tono irónico y resignado) de un viejo libro sobre el gran explorador de los arquetipos: La psicología de C.G. Jung, de la autoría de otra brillante seguidora del sabio suizo, Jolande Jacobi.

La luz del cuarto no era muy precisa y yo temía que todo se desvaneciera en una simple ilusión óptica y que el libro color esmeralda vislumbrado resultara no ser el de Jacobi sino otro de igual color, volumen y textura.

Cuando logré subirme en la banqueta para alcanzar la tabla o el tramo donde creía divisar la obra de la escritora -temblando poliédrico el mundo a través de mi simbólica miopía y de la humedad de mis ojos irritados por el polvo-, lamentablemente no encontré el libro de Jacobi, no, pero sí hallé, adherida a un volumen de Estadística que se parecía en el color al mencionado texto, ¡la bendita portada de la obra de Aniela Jaffé!, que había buscado tan afanosamente.

Justo a un lado del libro color esmeralda de ciencia estadística, esperando casi de un modo circunspecto y casual, reposaba también una obra de la autoría de Carl Gustav Jung: Sincronicidad como principio de conexiones acausales. Me quedé como roto por el rayo...

De inmediato, algo se rasgó en lo más profundo de mi ser y casi me caigo del banquillo, sacudido mi cuerpo incompleto por una violenta risa freudiana....

Entonces, bañado en sudor y claridad, escuché al fin la desnuda voz de la mujer llamándome insistente desde la habitación contigua...





© Armando Almánzar Botello 
Santo Domingo, República Dominicana.








1 comentario:

irina maribel dijo...

Bendito sea ese principio de conexiones acausales entre Jung, la búsqueda de la portada extraviada y la risa freudiana!! Un abrazo y un beso en sincronicidad… ♥ ∞