sábado, 17 de marzo de 2012

¿Los perros pueden leer la mente de sus dueños?...

Breves apuntes sobre el tema.



Por Armando Almánzar-Botello


No hay que hablar mal de los etólogos Konrad Lorenz o Nikolaas Tinbergen. Ellos no nos han humillado más que Charles Darwin al vincular nuestra conducta con la de ciertos animales. No hay que denostar tampoco a hombres como Eduard Punset -un excelente periodista científico.

En etología, diferenciamos aquello que se denomina códigos de información o sistemas de comunicación y señalización, de lo que se categoriza, en el ámbito de la lingüística moderna, como "lenguaje doblemente articulado".

De acuerdo con las ciencias cognitivas y la etología (el periodismo científico sensacionalista siempre simplifica, por más bueno que sea), el animal no-humano tiene actividad "mental computacional", inteligencia, y hasta “emociones” y conocimiento, pero no posee "mente" en el sentido de: "bucle de inter-retro-acción" que comporta consciencia auto-reflexiva, inteligencia, emociones y pensamiento complejo (Edgar Morin). Esta última interacción en bucle sólo se produce como resultado de la adquisición del lenguaje articulado.

La "mente", en el sentido en que la conciben Searle, Morin, Maturana y otros filósofos e investigadores en el estado actual de las psico-neurociencias, es una actividad exclusiva de lo que hasta ahora se denomina Homo sapiens. Ella es una emergencia del cerebro, el cuerpo, la historia, el contexto y, sobre todo, del lenguaje articulado en la dimensión compleja en que opera en los humanos.

Por todo ello, el perro, si hablamos de modo no especulativo, si tomamos en cuenta el estado actual de dichas neurociencias y de la etología científica, no puede "leer" la mente de un humano aunque se ¡comunique! con él por vías prerreflexivas hasta ahora no especificadas.

Concebir, 'apoyándose' en la física cuántica, un “campo mórfico” que supuestamente permitiría la comunicación telepática entre el humano y el animal, sólo tiene, hasta la fecha, un simple valor heurístico. Campo abierto de investigación...

El animal doméstico, sin ser una simple máquina cartesiana similar a las máquinas artificiales mecánicas y/o de silicio, participa de una dimensión maquinal (no mecanicista) que lo convierte en "un ser nostálgico de hombre".... 

No obstante, no podríamos "empatizar autorresonantemente" (Georges Devereux) con un perro, sin que realicemos un arduo proceso de "desterritorialización" desde lo humano hacia lo animal, un devenir-animal del hombre (Gilles Deleuze). 

Este devenir-animal, dicho sea de paso, no consiste simplemente en imitar al perro en su morfología y comportamiento convencionales, sino en liberar en nosotros una suerte de “perro molecular” (Deleuze), entendido como vibración intensiva en nuestro cuerpo de uno de los atributos animales o haecceidades (Duns Escoto) en relación de indiscernibilidad o indeterminación con aquello que concebimos en el hombre bajo el estatuto de ‘lo (in)humano’.

Hablamos entonces de una suerte de ‘orinar perreante’, de ‘aullar-musicar canino’, de 'olfatear-poetizar perruno'… Pero sin imitación convencional de esos atributos, sino por convergencia microscópica de flujos y por resonancia del animal en nuestro Cuerpo sin Órganos…

Por su parte, el animal deviene otra cosa, no por filiación o genealogía sino por alianza, por transversalidad, por simbiosis. El perro doméstico padece una suerte de ‘nostalgia’ de lo humano. Es un animal ‘nostálgico de hombre’ que vive aquello que se ha denominado, metafóricamente: “la melancolía extática de los perros.”

El animal sólo se "contamina" de humanidad al desterritorializarse; el hombre es un animal que se olvida de su animalidad reprimiéndola en su Inconsciente como discurso del Otro. (Lacan).

Ergo, "casarse" con un(a) perro(a) con la plena confianza de que nos comprenderá plenamente, es casi un genuino acto de fe como creer en Dios o en los trasmundos... ¡Esto no es un mero sofisma!

No obstante, ¿están así de claras las cosas? ¿No sería el animal, más que la mujer misma, la víctima por excelencia del macho en el contexto de una violencia falocrática, de una voluntad de dominio que Jacques Derrida vincula con esa instancia que él denomina carno-falogo-fonocentrismo occidental? 

¿Se descubre hoy erosionada esta supremacía de lo fálico-androcéntrico, y se hace necesario un nuevo principio regulador en la compleja dinámica postmoderna de lo uno y lo múltiple

Las sociedades protectoras de animales, la creciente presencia del animal como partner en lo humano-conyugal, las "polimórficas" dislocaciones, patológicas o no, de las estructuras tradicionales de parentesco (la familia en desordenÉlisabeth Roudinesco), ¿serían vivos testimonios de una etapa compleja de transición simbólica, técnica y civilizatoria en la que dicho animal está llamado a desempeñar un nuevo e insólito papel?

¿No sería el animal un verdadero Otro absoluto que reclama el ejercicio de nuestra piedad, que pone en juego, del modo más básico, esa apelación fronteriza, abismal, a nuestra compasión, a nuestra alteridad, a nuestra (in)humanidad constituyente?



© Armando Almánzar-Botello
Santo Domingo, República Dominicana.

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