domingo, 8 de septiembre de 2013

ORIGINALIDAD, AZAR, PLAGIO, INFLUENCIAS...

"Aquí retorna lo que sólo es una fábula. Aquella del perro narcisista que mirándose reflejado en el agua mansa de un río, se antoja en espejo del trozo de carne que en la boca suspende su compañero cristalino. Conociendo ese final peligroso de la fábula: la corriente del río arrastra la carne del otro… ¡que es la nuestra!, digamos bajo la máscara de un Esopo lacaniano y post-moderno: afirmo el compromiso con el texto en el juego del humor, la pérdida y la herida. Descubro en el reverso del espejo la trama o la escritura del Otro sin clemencia…"                 

Armando Almánzar-Botello. "Escribir / Publicar".

M. C. ESCHER


Por Armando Almánzar-Botello


A Carlos Reyes, apasionado lector y estudioso intelectual dominicano.


Una cosa es el plagio de mala fe —intención o propósito de mentir, de engañar al otro, de apropiarse concientemente de una creación ajena escondiendo voluntariamente las fuentes—, y otra cosa es el "error", la mera coincidencia contingente o la repetición, en el caso de la escritura, de breves sintagmas cristalizados por la frecuencia de uso, la tradición o determinadas atmósferas de conciencia histórico-creadora.

Deseamos ahora ofrecer al lector una situación con valor paradigmático. La frase de Julio Cortázar: "Un libro más es un libro menos"... no es tan compleja, extensa, innovadora o inverosímil como para pensar que alguien que la repita de un modo casual está “copiando”, en calidad de plagiario conciente, al escritor Julio Cortázar. Puede ocurrírsele a alguien ajeno por completo al mundo de las letras. 


Un prestigioso y potentado terrateniente de la región dominicana del Cibao, iletrado por lo demás, recuerdo que decía siempre, cuando yo era un adolescente: "Una vaca más es una vaca menos", en alusión a los cuatreros que le robaban regularmente sus reses... ¿Plagio a Cortázar?... El mundo es ancho y ajeno... Cuestión de contextos.

En nuestra condición de habitantes de un universo cultural en el que, desde Platón y Spinoza hasta Saussure, Lévi-Strauss y Heidegger, se habla, en ciertos círculos especializados y no tan restringidos, de "chora", de "falta", de “función diacrítica”, de “objetos que valen por su ausencia”... no es improbable que se produzcan ciertas convergencias terminológicas o semántico-imaginarias entre algunos autores...

La presencia cada vez más frecuente, en determinados contextos literarios y filosóficos, de nociones tales como “mana", “huella”, “grado cero”, “significante de la falta”, “presencia de ausencia”, “ausencia de presencia”, “escritura inconsciente”, “carta robada”, “estructura ausente”, procedentes de ámbitos relativamente ajenos o previos al mundo intelectual de un Cortázar, por ejemplo, no me dejan mentir. 


En ciertos contextos, este aludido bagaje histórico podría condicionar la emergencia, en un determinado sujeto del discurso, de una frase similar a la de Julio Cortázar: "Un libro más es un libro menos". Y ello puede acontecer sin que necesariamente dicho enunciador haya leído en particular a este gran escritor latinoamericano.

En otro registro, que podría ser el de las influencias, el mismo Cortázar llega, por convergencia parcial de proyectos escriturales, a mostrarse casi obsesionado por una breve meditación presente en la extensa obra “La verdad en pintura” de Jacques Derrida, por un análisis-fragmento del filósofo galo que Cortázar transcribe y parcialmente “ficcionaliza” en su relato “Diario para un cuento”. Por otra parte, algunos escritores hablan de las influencias de Borges sobre Derrida, Foucault y Umberto Eco...

Según las trampas y laberintos de mi memoria, para el psicoanalista francés Jacques Lacan, el personaje Leporello, sirviente de Don Juan, en el Catálogo que dicho asistente llevaba de las féminas conquistadas por el ilustre seductor, vendría a definir a la mujer como "una-de-menos"...

De ello se podría colegir que: "Una mujer más es una mujer menos", "Un libro más es un libro menos”…"Una vaca más es..."... Eso está en el aire...

Por otra parte, y como nos recuerda Jacques-Alain Miller leyendo a Frege y su lógica simbólico-matemática: "la sucesión de los números es una metonimia del cero"... Eso está en el aire…

Sólo a un Ego dominicano se le ocurre decir, por ejemplo: "¡Vargas Llosa me plagió!"... Aunque el "Caso" Bryce Echenique nos pone a reflexionar... Cosa que ya hemos hecho, por cierto, en otro modesto contexto...

El plagio, filosóficamente hablando, es una de las formas de la mentira, o un efecto, como diría Jacques Derrida, de la tecno-espectralidad capitalista multimediática en la que nos encontramos inmersos en nuestra condición de sujetos polivalentes y conflictivos, trabajados por la omisión (in)voluntaria de contenidos, por el secreto de “lo inconsciente” que nos desborda y por las imágenes producidas por el Mercado como simulacros impersonales que condicionan nuestro pensar-actuar.

Esa espectralidad tecno-telemediática (en la que también se encuentra inmerso el libro tradicional, no sólo el digitalizado) es una "fantasmaticidad" (Freud, Lacan, Derrida) distinta a la “mentira del plagio” en su forma clásica.

La cautela estratégica frente a dicha espectralidad por parte de la conciencia crítica del sujeto de la lecto-escritura, si bien no la elimina totalmente (es imposible), por lo menos la reduce, la filtra, la transforma en sus efectos ideológicos de contra-verdad (Derrida) o de mera verdad espectralizada y/o banalizada (fenómenos diferentes, como hemos repetido, a la simple “mentira del plagio” convencional).

La calidad de un escritor se puede definir por esta capacidad para desordenar-reconfigurar “mitemas”, meros materiales históricos de partida, sintagmas cristalizados o simples “ideologemas” (Eliseo Verón, Derrida, Foucault, Teun van Dijk, Lotman…), operando con la potencia transformativa (Pedro Henríquez Ureña) de una escritura vigilante que explora lo ignoto a través del claroscuro de su medio-decir (Heidegger, Lacan…).

Podría ayudarnos a comprender un poco este problema de “los plagios y las originalidades”, aquella distinción realizada por Roland Barthes entre los “sistemas de signos inconfesados” (referentes a lo “convencionalmente verosímil”, a “la Doxa”: que no es por necesidad “mentira” en términos clásicos agustiniano-kantianos), y los “sistemas de signos declarados”: que no implican, por cierto, ausencia de una potencia de TRANSFORMACIÓN como “falsificación creadora” (Nietzche, Derrida, Cacciari…). 

La palabra “PSEUDOS ”, en griego, tal como nos recuerda Derrida, significa fábula, mentira, invención, error, etc., etc., es decir: cosas muy distintas entre sí.

Desde San Agustín hasta Husserl, la “mentira” es un “querer-decir” la mentira.. (Bedeutung Intention husserliana). Es algo ligado a la intencionalidad de un “querer engañar” que presupone un conocimiento de la “verdad” escamoteada por el sujeto de la mentira. En este sentido, el plagio convencional, en cierta tradición metafísica, equivale simplemente a una “mentira formal”.

El llamado “plagio inconsciente” es en realidad un “acto fallido”, psicoanalíticamente hablando. Revela que no se ha operado, en la subjetividad que lo manifiesta, una modificación, una dación inédita de forma, un suplemento de sentido, una añadidura de valor intelectual o una transformación morfosintáctica y semántica de cierto enunciado de partida procedente de un sistema fantasmático distinto al del sujeto de dicho “plagio inconsciente”.

Esta referida formulación, importada desde otro contexto autorial, viene a formar parte no modificada, pasivamente “encriptada”, del mundo fantasmático del sujeto que se atribuye lo dicho.

Por la naturaleza de la construcción plagiada inconscientemente se puede determinar el grado de (in)viabilidad (textual, intelectual, ético-práctica, estética) de dicha importación no referenciada. Esto implica, necesariamente, un análisis caso por caso.

Se hace inexcusable no resaltar aquí el hecho de que si la coincidencia en una frase de tres o cuatro términos no resulta totalmente imposible, aunque sea muy improbable, nadie comete un plagio supuestamente "inconsciente", de varios versos completos o párrafos y párrafos muy extensos. Como dice Borges en otro contexto: esa coincidencia es prácticamente computable en "0".

Es decir: no se justifica un calco de estructuras de una mayor complejidad que la que reviste nuestro aludido sintagma de dos o tres términos o elementos.

La intertextualidad, como juego de escritura, debe estar reconocida en el texto mismo, explícita o implícitamente.

Disculpe el lector que me cite:

«Pero si el objetivo que nos proponemos alcanzar es la elaboración conceptual y sustituimos nuestros propios argumentos, el ordenamiento de las ideas y la redacción de "nuestro" trabajo por una transcripción literal y/o cuasi literal de un texto articulado por otro autor, y para colmo, ¡sin mencionar a ese autor ni entrecomillar lo que él escribió!, evidentemente estamos frente a un PLAGIO. 

«En la situación anterior no podría hablarse de "plagio" sólo si desde el principio del trabajo en cuestión especificamos que la estrategia de “citar-parafrasear-plagiar”, forma parte de un tinglado de recursos escriturales, críticos, hermenéuticos y paragramáticos integrados a lo que Roland Barthes, por ejemplo, denominaba estrategias de “desapropiación o desoriginación textual”. 

«Ese procedimiento debe incluir, por razones metodológicas, los nombres de los autores con cuyos textos se realizará dicho ejercicio. Así lo hace, por ejemplo, Jacques Derrida en su ensayo La diseminación, en el que aclara: "El presente ensayo no es más que un tejido de citas", y menciona específicamente al escritor y teórico de Tel Quel, Philippe Sollers y su texto Números.» A. Almánzar-Botello. EL ESTATUTO DE LA CITA. 2012.

En términos lingüístico-estadísticos es probable coincidir en una metáfora, en ciertas imágenes o conceptos. Ello se hace más factible cuando los sujetos se encuentran intensa y “cuasi-eróticamente” inmersos en un mismo “Zeitgeist”, en un estado de conciencia de época o espíritu histórico de valores compartidos.

No hay que olvidar lo que se denomina evolución conceptual convergente o co-evolución epistémica y/o estética.

Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, por ejemplo, llegaron, sin mantener ninguna previa comunicación directa entre ellos ni haber publicado la naturaleza de sus respectivas investigaciones, a conclusiones tan similares con respecto a la Teoría de la Evolución que decidieron publicar sus trabajos conjuntamente. Esta teoría, como en efecto se denomina hoy es: Teoría Darwin-Wallace de la Selección Natural

Sólo cito ese ejemplo, y pienso: ¡Ay, ay si esa coincidencia se hubiese producido entre científicos, investigadores o creadores dominicanos!

Aquí todos nos creemos genios originales absolutos…

¡Quizá por eso no tenemos “tantos” verdaderos genios desplazándose por el horizonte problemático que implica TRANSFORMAR, con mayor o menor radicalidad, una cierta Tradición o Tradiciones.

Pedro Henríquez Ureña es uno de los pocos pensadores dominicanos de fuste que entendió muy a fondo la complejidad de esta problemática…

Lo que sí resulta prácticamente computable en cero, como dice Borges, es que un sujeto (al que consideremos en pleno uso de sus facultades intelectuales, éticas y afectivas), transcriba, por mera “impronta inconsciente” de lo leído y/o escuchado, estrofas, páginas o párrafos completos de otro autor sin darse cuenta de que está cometiendo plagio… 

Aunque debemos reconocerlo: ¡Hay memorias prodigiosas!...

Pero nos encontramos, con lo planteado en estos modestos apuntes, frente a una cuestión multidimensional en la que se conjugan varios registros conceptuales: una problemática semiótico-filológica y estética, un enfoque filosófico-psicoanalítico sobre la subjetividad creadora, un análisis histórico de los conceptos de originalidad y plagio a través de los siglos… y una constelación jurídico-“policial” sobre cartas robadas y violaciones de derechos de autor… 

2013


© Armando Almánzar-Botello.
Santo Domingo, República Dominicana.

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