viernes, 29 de noviembre de 2013

FRAGMENTOS DE UN BLOQUE...

"El yo biográfico se ve imantado y modificado por el núcleo ardiente de la obra en curso (o ya articulada) en tanto que el sujeto de la escritura que de él se desprende para fundar el espacio virtual donde se despliega el texto, participa de una enunciación inconsciente y de la tensión contemplativa de una consciencia alterada que obligan a ese yo a reformular sus límites imaginarios, estrategias y protocolos mundanos…" Armando Almánzar-Botello. Escribir/Publicar.

Nicolás Kalmakov. Negra - 1929 ( Négresse )

Por Armando Almánzar-Botello


(...) —¡Que Dante Alighieri se compadezca de mí! ¡Sufriendo inexisto en el núcleo mismo del virtual Averno, aquí, en el Barrio Textual de los Sueños Caóticos! 

Aunque mis ojos y una parte de mi mente me induzcan a creer que estoy en la mansión de mi propiedad en Cité Soleil, la magnitud de mi angustia y la reverberación por todo mi cuerpo de una gran incertidumbre, me hacen poseer casi la certeza de que realmente ahora me encuentro pensando, gimiendo, escribiendo y penando en el Séptimo Círculo de un nuevo Infierno narrado. 

Presiento que mi franco espejismo imitativo-ilusionista ha sido condenado a consumirse, pavorosamente, en las llamas textuales de una prosodia ígnea, pulsional, circular y perpetua, y ello sólo por causa de mis pequeños caprichos, excentricidades eróticas y políticos desaciertos, cometidos con la batería semiótica de los significantes lingüísticos (...).

(...) Algo parecido a los párrafos precedentes atribuyó el Sujeto de la Escritura, en el comienzo de su otro texto, al actante TrujiJack el Destripador, mientras el villano-asesino constitucional, desplegando su rol de literato y realmente alojado y activo en un cierto cerebro-universo semiótico paralelo al Pueblo —y sin embargo peligrosamente oblicuo a la mirada interrogativa de los Neo-Personeros y Catedráticos-hermeneutas—, encontrábase confinado en el antiguo Palacio Nobiliario de San Cristóbal, completamente lúcido, sereno y rodeado de espejos, escribiendo una extraña fábula reclinado en su barroca, lujosa y reluciente cama colocada en el centro del enorme cuarto principal e iluminada en su cabecera por una lamparita de mesa de noche, diseñadas estas dos últimas con estilo biomórfico-posthumano y cibernético-rococó, respectivamente (...).

(...) Así las cosas, desde su cama en la pomposa y gigantesca estancia pintada de blanco, amoratado por un golpe de bastón el Ojo izquierdo, pudo TrujiJack por fin distinguir, mientras avanzaban lentamente desde la puerta del dormitorio hacia el lugar donde él se encontraba, primero a una mujer desnuda y muy alba, lujuriosamente montada —o más bien tumbada de espaldas con las piernas bien abiertas como en posición de parto— en un chirriante y enmohecido carrito de autoservicio empujado por un enano amarillo y desdentado.

En segundo lugar, la pareja de visitantes era seguida por tres bufones semidesnudos que se desplazaban sostenidos en equilibrio erguido caminando sólo con sus manos, y vestidos provisoriamente con sendos trajes de plástico negro en los cuales, al nivel conveniente, unas hendiduras dejaban ver los descomunales miembros erectos de los Graciosos, apuntando hacia el piso en un ángulo místico de cuarenta y cinco grados, y con sus tensos glandes reluciendo como limpias bombillas eléctricas en el aire del salón gimiente de fantasmas y deseo escritural.

—¡Revolución o Fusión! ¡Revolución o Fusión! ¡Revolución o Fusión! —vociferaba un gentío irredento cuyas voces y ruidosas operaciones en la calle podían escucharse a través de la ventana. ¡Y era la Revolución!

Encabezando la comitiva libertaria en el cuarto mismo del Destripador —como quien dice Mujer Desnuda Guiando al Pueblo—, era dueña la beldad Comisionada, la nívea Doncella del carrito chirriante, de la mirada más profunda, sublime, indescifrable y aleteante que ojos humanos hayan podido imaginar. Y, seráfico golpe claroscuro de la luz al fin allí en la sombra, ostentaba esa mujer la más amplia, espesa y seductora de las manchas, como un delicioso y selvático enjambre de hormigas negras y carnívoras.

¡Revolución o Fusión! ¡Revolución o Fusión! ¡Revolución o Fusión! ¡Y era la Revolución!

Latía, esa inmensa y oscura mancha —semejante a un formidable sol negro palpitando en el espacio cósmico y femenino de un cuerpo tántrico-católico-vudú—, de un modo sorprendentemente lúcido, velludo y desconsiderado; parecía más bien un gigantesco y divino paraguas negro abierto sobre un abismo presentido y deslumbrante, patibulario a su vez por comisión u omisión. TrujiJack sudó copiosamente.

—¡He aquí el tesoro azabache de los significantes, la sede del código estallado y la ruina de todo nacionalismo ontológico! —dijo una mestiza y poderosa voz andrógina, híbrida, resonante pero pausada, que parecía proceder de la zona cenital del cuarto donde culebreaban todavía, enredados en los brazos de las lámparas casi muertas, los despojos y retazos de tiniebla que acompañaban siempre a los estrambóticos candiles barrocos de luz tenue, que pendían del techo de la recámara secreta iluminada ahora, principalmente, por un viejo sol frío y marchito que penetraba por los desnudos ventanales del recinto (...).

De repente, comenzó a resonar la metralleta: Muchos políticos, comerciantes, jueces, obispos y simples ciudadanos de todos los bandos, huían fuera de la Ciudad, entre el humo y el fulgor de las granadas. En mitad de las calles, los soldados enfrentados realizaban lúdicos derramamientos de sangre y perversas orgías que recordaban el Jardín de las Delicias y el Infierno Musical de El Bosco. Todos justificaban sus acciones violentas aduciendo pasadas ofensas y supuestos maltratos cometidos en su contra por las víctimas actuales.

¡Y era la Revolución!

Mientras tanto, algunos pequeños hijos de los soldados que formaban dichos ejércitos enemigos, vulnerables retoños prodigiosamente indemnes bajo el fuego de las bombas y confundidos en una asombrosa fraternidad infantil ajena del todo al virulento combate, levantaban muy alto, muy alto, banderas extrañas que no se correspondían con ninguna de las naciones en conflicto.

—¡Mamita llegó el Big Brother, llegó el Big Brother del Norte!

—Ajeno a la política situacional y al peligro de los carnales desbordamientos, él se deja llevar sencillamente por la deriva semántica, por el furor pulsional de los vocablos —dijo uno de los bifrontes Catedráticos-hermeneutas—. Pero vosotros, ávidos lectores postmodernos, queréis una historia verosímil, apropiadamente construida, con peripecias bien urdidas que prueben el valor “trascendente” del neorrealismo sucio pero insulso, la calidad autorial —cuasi místico-visionaria en el trabajo de planificación y orientación de la obra—, del supuesto narrador de agujeros y desastres ontológicos…

No obstante, aunque nos encontremos en el Tercer Mundo 
no popperiano por cierto y con grandes limitaciones diegéticas, es menester decir ahora (ahora: jetzt: Hegel) que no sólo de tramas y pirotecnias representativas vive el hombre, sino de toda palabra sonámbula que dice que sabe, sin saber que la sabe, la verdad metonímica de que nada está nunca totalmente presente y sabido (ahora) en la inabordable productividad translingüística y su construcción en abismo: dispositivos generadores de realidad. 

Y ello es así, pese a la voz del Gran Cíclope y su metarrelato de grado cero, que mentidamente decreta el fin de los metarrelatos bifocales (...).

(...) Horrible y ubicua la Mirada del Escriba…

—Cuando articula su discurso narrativo, un alguien innombrable busca la deriva, la fuga, la retracción, el flujo, el reflujo, la pérdida, el todo que se escapa imantado por la huida del fragmento: el Texto como Infinitud Potencial o Deus Absconditus Multicéntrico… ¡No pretendas comprar las líneas de fuga en un supermercado! (...).

(...) Luego TrujiJack, el renombrado criminal-homicida, vio aparecer, entre humo espeso y sonido de saxofones, al Minotauro Caribeño de las Copulaciones Efímeras, y gozó inmediatamente —ya sollozando y envuelto con la gran Sábana de la Aflicción en aquella madrugada terrible, manchada de tinta, semen y sangre—, de una torva serenata-aguinaldo concebida y cantada por cautelosos detectives y fiscales calvos, melancólicos soldados con vendas ensangrentadas e inoportunos acreedores de otros reinos narrativos plagiados por el Tigre.

Se aproximaban al lecho del Destripador vociferantes predicadores pentecostales con sus cachondas Biblias negras —cada Evangelio en cuestión, astutamente marcado con lujosos y novísimos festones de madrás—; perspicaces y ceñudos actores de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), de Scotland Yard y del trujillista Servicio de Inteligencia Militar (SIM); comisiones oficiales de políticos, comerciantes, jueces, ladrones, militares y asesinos; cortejos de colonialistas anticolonialistas, poetas, intelectuales, parásitos contemplativos, maniáticos resentidos carentes de talento y séquitos formados por defensores de los Derechos Torcidos…

Finalmente, hicieron su bulliciosa aparición las infames o cándidas comadronas despechadas procedentes de las populosas barriadas de San Lorenzo de Los Mina, Pequeño Haití, Guachupita, Pétion-Ville, Gazcue, Cité Soleil, Ensanche Naco, Arroyo Hondo y Gualey, suburbios ubicados en el viejo y perseverante Santo Domingo Cosmológico del Siglo XXII.

Todos los miembros de esta grotesca y grandiosa multitud, empujándose violentamente unos a otros, trataban de introducirse de forma simultánea en la habitación lujosa del viejo TrujiJack. El gentío rompía las puertas y ventanas. El humo por las calles desgarraba los confines, y la indolencia de un ruido de motores arañaba la frente de la ciudad perdida.

En el abarrotado cuarto de TrujiJack, el orfeón de aquellos cuerpos —muchos de ellos tocados únicamente con extraños sombreros de copa alta, y en lo demás completamente desnudos; globosos algunos, cadavéricos y fosforescentes los otros—, cantó con gran desenfado y feroz estilo heterofónico, al ritmo frenético de sus cornetas y tambores copulantes, mientras los miembros de la gran comparsa manifestaban grotescos arrebatos de lujuria popular carnavalesca y globalizada, apostados ya de un modo amenazador en torno a la gran cama de caoba con dosel donde dormía y ahora de nuevo despertaba —sorprendido, narrado y aterrorizado—, el pobre y mitológico Padre Destripador.

La muchedumbre cantaba: —¡Mataron al Chivo! ¡Cayó Duvalier! ¡Me llama el Big Brother! ¡Yo fui un Calié!

Eterno es el Retorno de los Espectros...

Y entonces, voces violentas indecisas frente a las Metrópolis levantaron decibeles contra la verdad de la Condena. ¡Emigraron muchedumbres en rotonda! ¡De sur a sur, de sur a norte, de norte a sur, de sur a norte, de este a oeste, de oeste a este, de sur a norte, de este a sur, de este a este, de norte a norte, de sur a norte, de sur a norte, de sur a norte, de sur a norte, de oeste a oeste, de sur a oeste, de oeste a sur, de sur a este, de sur a norte, de sureste a noreste, de noroeste a suroeste, de suroeste a noreste, de suroeste a oeste, de este a nordeste, de sureste a oeste, etc. etc. etc., como diría el gran Samuel. 

¡Movimiento browniano de los flujos migratorios!

De pronto, TrujiJack el Destripador, convulsionando en un trance de fuego aglutinante, fue de nuevo la Doncella del Sacrificio, y el Minotauro, finalmente, con dulzura resopló en la rosada caracola ya desierta (...).




FRAGMENTOS DE:

El delirio de Jack el Destripador. Manual en Clave de Historia Patria Globalizada, todavía escrito con el Método Freudiano de la Asociación Libre. (Poema en prosa patafísica).

A: Dante Alighieri, Miguel de Cervantes Saavedra, Manuel del Cabral, François Rabelais, Jacques Roumain, Franz Kafka, James Joyce, Antonin Artaud, Herman Melville, André Breton, Tomás Hernández Franco, Georges Bataille, Alejo Carpentier, Jorge Luis Borges, Raymond Chandler, Pierre Klossowski, José Lezama Lima, Samuel Beckett, Severo Sarduy, Jean Genet, Julio Cortázar, Pedro Francisco Bonó, Italo Calvino, Eugène Ionesco, William S. Burroughs, Francisco Angulo Guridi, Tristan Tzara, Ramón Lacay Polanco, William Faulkner, Aída Cartagena Portalatín, Aimé Césaire, Derek Walcott, Fernando Arrabal, Henri Michaux, Francisco Nolasco Cordero, Wole Soyinka, Norman Mailer, Lewis Carroll, Alfred Jarry, Arturo Rodríguez Fernández... In memoriam.

A: Marcio Veloz-Maggiolo, Thomas Pynchon, Iván García Guerra, Gabriel García Márquez, Umberto Eco, Giovanni Cruz, Paul Auster, Cayo Claudio Espinal, Rey Andújar, Pedro Antonio Valdez, Armando Almánzar Rodríguez, Diógenes Valdez, Mario Vargas Llosa, Pedro Granados, Pastor de Moya, Manuel Mora Serrano, Toni Morrison, Pedro Vergés, Don DeLillo, Pedro Peix, Manuel Matos Moquete, Roberto Marcallé Abreu, Efraim Castillo, Junot Díaz, Alejandro Jodorowsky...

Tomado del libro de relatos “¿Quiénes escribieron las historias?” (2009-2012) 
© Armando Almánzar-Botello, 2012. Santo Domingo. República Dominicana.





© Armando Almánzar-Botello.
Santo Domingo. República Dominicana.

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