"El Banquete Tántrico es una violación ritual de las prohibiciones dietéticas y morales del hinduismo y el budismo. No sólo se come carne y se bebe alcohol sino que se ingieren materias inmundas como el excremento, y prohibidas, como la carne humana. La comida tántrica es una transgresión." Octavio Paz
Por Armando Almánzar Botello
Presenté severos problemas de conducta desde antes de la pubertad: Una poderosa agresividad larvada, fantasías estrambóticas, deseos irrealizables como introducir el edificio completo donde yo vivía en el reducido espacio de mi propia habitación; pedirle a mi tía Tatica que hablara con el administrador de una bomba gasolinera “Sinclair” para que éste hiciera desmontar los cables de acero que sostenían las hélices multicolores que adornaban habitualmente a esos establecimientos y me regalara media docena de ellas; exigir con pataletas que el director del Parque Zoológico le regalara a mi abuelo el único león de la ciudad para yo adoptarlo como mascota; sexualidad precoz con las amiguitas de mi barrio manifiesta en mi deseo de jugar constantemente, en los rincones, a que yo era el afanado doctor y ellas mis dóciles pacientes; anhelo inquebrantable de ver en mi boca cuando me miraba al espejo, en lugar de mis dientes humanos, algunos todavía de leche, afilados colmillos de Drácula o de tiburón; extraños rituales que bordeaban la posibilidad misma del crimen y el delirio...
Pasaron unos pocos años. Mi singular comportamiento, unido a mi confesado y constante deseo de comerme a un monito real que me había regalado mi abuelo para hacerme olvidar al león del zoo, y, sobre todo, mi entrega obsesivo-compulsiva al mundo de los libros, tenían muy alarmados a mis padres, a pesar de ellos haber atravesado los horrores de la dictadura de Trujillo y provenir de familias ligadas profundamente a la excentricidad y a las letras.
Mi padre decidió llevarme al psiquiatra.
Llegué yo una tarde a la consulta del “alienista”, y después de un encuentro que duró una larga hora, por lo menos, el acreditado terapeuta (recordado y querido psiquiatra ya hoy fallecido, lamentablemente: descanse en paz, y que había realizado especialidades en España y en Francia) me prescribió —para gran sorpresa de mis padres—, sólo dos medicamentos: uno, psicoactivo por defecto: dejar de leer por un tiempo al Marqués de Sade, a Sartre y a Nietzsche, y otro, funcional por exceso: leer “Peter Camenzind” “Gertrudis” “Bajo la rueda” , “Siddhartha”, “Demian”, “El Lobo estepario”, “Narciso y Goldmundo”, “Juego de abalorios”… del gran escritor alemán Hermann Hesse.
Creo haber experimentado una significativa mejoría después de la maravillosa ingesta. Por lo menos, ahora casi adulto, ya no experimento con tanta intensidad el deseo brutal de devorar monos con mis dientes de tiburón…
Pasaron unos pocos años. Mi singular comportamiento, unido a mi confesado y constante deseo de comerme a un monito real que me había regalado mi abuelo para hacerme olvidar al león del zoo, y, sobre todo, mi entrega obsesivo-compulsiva al mundo de los libros, tenían muy alarmados a mis padres, a pesar de ellos haber atravesado los horrores de la dictadura de Trujillo y provenir de familias ligadas profundamente a la excentricidad y a las letras.
Mi padre decidió llevarme al psiquiatra.
Llegué yo una tarde a la consulta del “alienista”, y después de un encuentro que duró una larga hora, por lo menos, el acreditado terapeuta (recordado y querido psiquiatra ya hoy fallecido, lamentablemente: descanse en paz, y que había realizado especialidades en España y en Francia) me prescribió —para gran sorpresa de mis padres—, sólo dos medicamentos: uno, psicoactivo por defecto: dejar de leer por un tiempo al Marqués de Sade, a Sartre y a Nietzsche, y otro, funcional por exceso: leer “Peter Camenzind” “Gertrudis” “Bajo la rueda” , “Siddhartha”, “Demian”, “El Lobo estepario”, “Narciso y Goldmundo”, “Juego de abalorios”… del gran escritor alemán Hermann Hesse.
Creo haber experimentado una significativa mejoría después de la maravillosa ingesta. Por lo menos, ahora casi adulto, ya no experimento con tanta intensidad el deseo brutal de devorar monos con mis dientes de tiburón…
© Armando Almánzar Botello.
Santo Domingo, República Dominicana.
Santo Domingo, República Dominicana.
3 comentarios:
"Sabe a insensatez y a confusión, a locura y a sueño..." (Hermann Hesse). Un beso, mi querido poeta. :)
No sólo me fascina este texto, también me remonta a una altura tan pura en la cual todos los sabores se unen iluminando mi alma eternamente. Gracias, forever beloved Armando de mi Tantra ♥ ॐ ∞ !!!
Es que, con todo el respeto que me mereces, brillante amigo, creo que el ingenio, la creatividad no vienen solos. Regularmente vienen acompañados de un coeficiente intelectual algo elevado que nos invita a ser y hacer todas esas "locuras" que nos citas. Si no por efecto de la imaginación lectora por el adn natural con el que nacemos. Me encanta esa parte tuya donde mezclas lo lúdico con lo real-fantástico y mágico del texto. Y si yo contara!!!
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