"[El spot publicitario]: no es del goce de lo que aquí se trata sino de su mascarada. Pues no hay lugar para el goce en un espacio donde la expansión narcisista del Yo tiende a aniquilar todo espacio para el sujeto (...) Así, el precio de acceso al goce es siempre la herida narcisista: sólo hay goce allí donde el Yo del sujeto conoce de cierta quiebra. Donde, en suma, lo real emerge cuando lo imaginario se resquebraja —de ahí que el goce suponga siempre un contacto con el horizonte de la muerte." Jesús González Requena y Amaya Ortiz de Zárate.
Por Armando Almánzar-Botello
I
GOCE, PULSIÓN DE MUERTE, ORGASMO, PEQUEÑA MUERTE...
A la memoria de Jacques Lacan, contra la mascarada publicitaria del goce
En términos puramente convencionales, ordinarios, el “goce” y el “orgasmo” (petite mort: pequeña muerte) podrían homologarse.
No obstante, el “goce”, interpretado en un sentido lacaniano, es decir, concebido como incremento de tensión que bordea a la disolución misma del sujeto, “más allá del principio del placer”, y que colinda con el dolor, el displacer o el sufrimiento, no coincide necesariamente con el “orgasmo” entendido como descarga, reducción o descenso momentáneo de las tensiones psico-físicas a un “0 (cero) nirvánico”.
Aunque el mismo Lacan, en una etapa relativamente temprana de su pensamiento, autoriza la identificación del “goce” con el “orgasmo”, estos dos conceptos, posteriormente, vienen a ser diferenciados.
El simple “coito” y la mera eyaculación-relajación se diferencian radicalmente del “orgasmo” y todas sus componentes psico-físicas. Este último implica un desvanecimiento de la subjetividad, un estado de “anoia”, de “no-mente”, una suerte de “fading” o borradura provisoria del sujeto seguida de una reinstalación de la consciencia reflexiva .
El orgasmo es una caída de tensión, en el sentido de una reducción de tensiones libidinales. Estos rasgos lo diferencian del “goce tensional” como es concebido por Lacan cuando el gran psicoanalista define los vínculos entre dicho goce y la “pulsión de muerte” (no hablamos aquí de “petite mort”).
El goce y la pulsión de muerte comportan, para cierta lectura de Freud y de Lacan, intensidades excesivas, no el mero apaciguamiento pulsional.
“El grado mayor o menor de concentración de una sensación en un instante es su intensidad. Aquí se llega a la conclusión de que la intensidad se mide en su relación con el cero (0), ya sea que disminuya o aumente el potencial.
La caída (pulsión de muerte) sería el devenir activo de las fuerzas. Gilles Deleuze nos aclara: no hay que concebir la caída en términos puramente termodinámicos clásicos, entrópicos, reductivos. Deleuze diferencia la caída física, espacial, termodinámica, de la caída intensiva kantiana. Esta caída no se produce necesariamente hacia abajo. No es de modo obligatorio "miserabilista". Puede ser una caída "hacia arriba", en el ascenso hacia niveles superiores de fuerza.
¡Caer hacia arriba! "Sólo en la caída se cumplen las presencias", nos dice un poeta.
Esto así, porque todo incremento de fuerza, de tensión, se experimenta fenomenológicamente como una caída (Kant, Lacan, Deleuze). La caída y la pulsión de muerte son el devenir activo de las fuerzas y las pulsiones.” Cierro mi propia cita y… ¿concluyo?...
De modo pues que el “orgasmo”, entendido como experiencia ligada a la “pequeña muerte”, sería más bien un ejemplo típico de “caída hacia abajo”.
II
ESCRITURAS INNOVADORAS, ESCRITURAS DE GOCE...
Se podrían marcar las diferencias entre lo que es la auténtica poesía o textualidad de goce, de fulgor e incandescencia del significante... y aquellos artefactos que un “pseudo-sujeto de la escritura” interpreta o produce como escrituras "orgásmicas", "innovadoras", pero que, sometidas a cierto análisis semiótico-crítico mínimo, revelan estar afectadas por severos problemas gramaticales, normativo-sintácticos, "no gongorinos" por consenso...
Esas falsas escrituras de goce resultan muy diferentes de ese ardoroso retorcimiento funcional de la sintaxis que acontece, felizmente, en los mejores textos de Góngora o Quevedo, Mallarmé, Joyce, Beckett, Celan, Vallejo, Girondo, Huidobro, Lacan, Ashbery, Echavarren, Manuel del Cabral, Alexis Gómez-Rosa, Cayo Claudio Espinal o León Félix Batista, por citar al azar algunos ejemplos relevantes.
Estos grandes autores modélicos mencionados, alcanzan en su escritura cierta desarticulación morfo-sintáctica, "a-significante" (en un sentido deleuziano), como efecto, no de un déficit de alfabetización y de real competencia lingüística, sino como resultado reflexivo de una auténtica estrategia de búsquedas textuales, de unos altos niveles de invención significante y genuina creatividad.
© Armando Almánzar-Botello
Santo Domingo, República Dominicana.
III
El orgasmo es una caída de tensión, en el sentido de una reducción de tensiones libidinales. Estos rasgos lo diferencian del “goce tensional” como es concebido por Lacan cuando el gran psicoanalista define los vínculos entre dicho goce y la “pulsión de muerte” (no hablamos aquí de “petite mort”).
El goce y la pulsión de muerte comportan, para cierta lectura de Freud y de Lacan, intensidades excesivas, no el mero apaciguamiento pulsional.
Como hemos dicho, (y sabemos que podríamos resultar reiterativos por un exceso de celo didáctico) el orgasmo, como pequeña muerte, estaría situado más bien del lado de lo que Freud teorizó como Principio del Nirvana: búsqueda de los niveles más bajos de tensión colindantes con lo inorgánico.
El “goce” lacaniano, ligado a la “pulsión de muerte” y al "más allá del principio del placer", aunque pueda encontrarse colateralmente relacionado con el orgasmo y sea, en cierto sentido, una suerte de preanuncio de éste, participa de una dimensión de repetición excesiva y de tensión libidinal inerradicable.
Decía Lacan: "lo que yo llamo goce en el sentido en que el cuerpo se experimenta, es siempre del orden de la tensión, del forzamiento, del gasto, incluso de la hazaña. Incontestablemente, hay goce en el nivel donde comienza a aparecer el dolor."
No debemos olvidar que Lacan entiende por “goce” y “pulsión de muerte” algo distinto a lo que entiende Freud.
Cuando Lacan distingue el goce fálico regulado por la castración (habilitadora del deseo), y un goce suplementario de la mujer y/o de los místicos (situado más allá del falo) no dice con ello, simplemente, que los orgasmos de la mujer o de los místicos sean más intensos que los del sujeto fálicamente posicionado.
Allí está Lacan estableciendo una diferencia entre un placer restringido, entendido como “principio de homeostasis”, de “equilibrio”, de “constancia”: el goce fálico, en su condición de goce acotado, “marchitado”, reducido, temperado por la ley del significante; y un “placer generalizado”, a entender como “goce más allá de la homeostasis”: un goce más allá del falo y del discurso como semblante (goce, no obstante, posterior a la castración): el goce femenino.
Volviendo a cierto contexto de pertinente referencia ofrecido en un artículo de nuestra autoría: “La pulsión de muerte no es sólo muerte”, http://cazadordeagua.blogspot.com/2010/11/la-pulsion-de-muerte-no-es-solo-muerte.html, repetimos:
El “goce” lacaniano, ligado a la “pulsión de muerte” y al "más allá del principio del placer", aunque pueda encontrarse colateralmente relacionado con el orgasmo y sea, en cierto sentido, una suerte de preanuncio de éste, participa de una dimensión de repetición excesiva y de tensión libidinal inerradicable.
Decía Lacan: "lo que yo llamo goce en el sentido en que el cuerpo se experimenta, es siempre del orden de la tensión, del forzamiento, del gasto, incluso de la hazaña. Incontestablemente, hay goce en el nivel donde comienza a aparecer el dolor."
No debemos olvidar que Lacan entiende por “goce” y “pulsión de muerte” algo distinto a lo que entiende Freud.
Cuando Lacan distingue el goce fálico regulado por la castración (habilitadora del deseo), y un goce suplementario de la mujer y/o de los místicos (situado más allá del falo) no dice con ello, simplemente, que los orgasmos de la mujer o de los místicos sean más intensos que los del sujeto fálicamente posicionado.
Allí está Lacan estableciendo una diferencia entre un placer restringido, entendido como “principio de homeostasis”, de “equilibrio”, de “constancia”: el goce fálico, en su condición de goce acotado, “marchitado”, reducido, temperado por la ley del significante; y un “placer generalizado”, a entender como “goce más allá de la homeostasis”: un goce más allá del falo y del discurso como semblante (goce, no obstante, posterior a la castración): el goce femenino.
Volviendo a cierto contexto de pertinente referencia ofrecido en un artículo de nuestra autoría: “La pulsión de muerte no es sólo muerte”, http://cazadordeagua.blogspot.com/2010/11/la-pulsion-de-muerte-no-es-solo-muerte.html, repetimos:
“El grado mayor o menor de concentración de una sensación en un instante es su intensidad. Aquí se llega a la conclusión de que la intensidad se mide en su relación con el cero (0), ya sea que disminuya o aumente el potencial.
La caída (pulsión de muerte) sería el devenir activo de las fuerzas. Gilles Deleuze nos aclara: no hay que concebir la caída en términos puramente termodinámicos clásicos, entrópicos, reductivos. Deleuze diferencia la caída física, espacial, termodinámica, de la caída intensiva kantiana. Esta caída no se produce necesariamente hacia abajo. No es de modo obligatorio "miserabilista". Puede ser una caída "hacia arriba", en el ascenso hacia niveles superiores de fuerza.
¡Caer hacia arriba! "Sólo en la caída se cumplen las presencias", nos dice un poeta.
Esto así, porque todo incremento de fuerza, de tensión, se experimenta fenomenológicamente como una caída (Kant, Lacan, Deleuze). La caída y la pulsión de muerte son el devenir activo de las fuerzas y las pulsiones.” Cierro mi propia cita y… ¿concluyo?...
De modo pues que el “orgasmo”, entendido como experiencia ligada a la “pequeña muerte”, sería más bien un ejemplo típico de “caída hacia abajo”.
Aunque el vocablo griego “clímax”, sinónimo de “orgasmo”, signifique “escalera” y “subida”; aunque San Juan de la Cruz nos hable, en su lenguaje poético-místico-erótico, de “un subido sentir de la divinal esencia”, el orgasmo “profano” es una “caída” propiamente dicha, no-miserabilista, desde luego, pero diferente a la “caída hacia arriba” definitoria del “goce-forzamiento” como incremento transgresivo de tensión y/o giro interminable de la pulsión en torno al objeto.
Puedo ahora reiterar algo parecido a lo que digo en otro trabajo, http://cazadordeagua.blogspot.com/2010/08/la-muerte-la-castracion-y-el-deseo.html):
No obstante, la ética del psicoanálisis no es una ética superyoica del goce (¡goza!; ¡orgásmate! –identificado aquí el orgasmo con el goce–; falso imperativo categórico del carpe diem: banalidad del mal en el Discurso capitalista del Amo y su Mercado), sino una ética que apunta al goce a través de "la escala invertida de la ley del deseo". (Jacques Lacan).
Ello no implica, desde luego, la penalización o condenación del orgasmo –gesto puritano terrible, inquisitorial y totalitario, no sólo desde el punto de vista del pensamiento pro-orgásmico de un Wilhelm Reich–, sino más bien el reconocimiento crítico de la “HETEROGENEIDAD Y LA NO OBLIGATORIEDAD DEL GOCE” cuando éste tiende a ser asumido como un mandato superyoico en el contexto del Mercado Capitalista.
© Armando Almánzar-Botello
Santo Domingo, República Dominicana.
Puedo ahora reiterar algo parecido a lo que digo en otro trabajo, http://cazadordeagua.blogspot.com/2010/08/la-muerte-la-castracion-y-el-deseo.html):
No obstante, la ética del psicoanálisis no es una ética superyoica del goce (¡goza!; ¡orgásmate! –identificado aquí el orgasmo con el goce–; falso imperativo categórico del carpe diem: banalidad del mal en el Discurso capitalista del Amo y su Mercado), sino una ética que apunta al goce a través de "la escala invertida de la ley del deseo". (Jacques Lacan).
Ello no implica, desde luego, la penalización o condenación del orgasmo –gesto puritano terrible, inquisitorial y totalitario, no sólo desde el punto de vista del pensamiento pro-orgásmico de un Wilhelm Reich–, sino más bien el reconocimiento crítico de la “HETEROGENEIDAD Y LA NO OBLIGATORIEDAD DEL GOCE” cuando éste tiende a ser asumido como un mandato superyoico en el contexto del Mercado Capitalista.
© Armando Almánzar-Botello
Santo Domingo, República Dominicana.
II
ESCRITURAS INNOVADORAS, ESCRITURAS DE GOCE...
Esas falsas escrituras de goce resultan muy diferentes de ese ardoroso retorcimiento funcional de la sintaxis que acontece, felizmente, en los mejores textos de Góngora o Quevedo, Mallarmé, Joyce, Beckett, Celan, Vallejo, Girondo, Huidobro, Lacan, Ashbery, Echavarren, Manuel del Cabral, Alexis Gómez-Rosa, Cayo Claudio Espinal o León Félix Batista, por citar al azar algunos ejemplos relevantes.
Estos grandes autores modélicos mencionados, alcanzan en su escritura cierta desarticulación morfo-sintáctica, "a-significante" (en un sentido deleuziano), como efecto, no de un déficit de alfabetización y de real competencia lingüística, sino como resultado reflexivo de una auténtica estrategia de búsquedas textuales, de unos altos niveles de invención significante y genuina creatividad.
© Armando Almánzar-Botello
Santo Domingo, República Dominicana.
III
ADEMÁS DE UN SENTIMIENTO DE CONFORT, DE UNA CIERTA SEGURIDAD HEDONISTA PLETÓRICA DE AUTOSUFICIENCIA FANTASMÁTICA, EL PLACER-GOCE BARTHESIANO DEL TEXTO TAMBIÉN PUEDE IMPLICAR EL ABURRIMIENTO Y LA CATÁSTROFE COGNITIVA.
"El aburrimiento es el goce visto desde las costas del placer", decía lúcidamente Roland Barthes en "El Placer del Texto". Reconocimiento implícito, indirecto, de una jerarquía cuasi-nietzscheana de fuerzas en la aproximación a una obra y en la "apropiación" interpretativa de un texto polivalente.
Existen pseudo-lectores engreídos que no resisten la disolución de sus presuntas certezas apodícticas; que no soportan la evaporación del "saber supuesto" con el que se aproximan a un texto, ni siquiera el cuestionamiento de sus protocolos de abordaje a dicha configuración sígnica.
Pero esos lectores tampoco son capaces de actualizar su arrumaje hermenéutico en función de una real tensión cognitiva resultante de una confrontación con lo que desborda sus expectativas, con aquello que no entrega a primera vista sus reglas de funcionamiento.
No resisten, esos malos lectores, una reserva de escritura ajena a la simple languidez de su falso y presuntuoso arrobo "cibernético-decodificador", a entender como esclerosis interpretativa de cierta doxa o anti-doxa, –yerta no por virtual (creo en el valor del libro electrónico en sentido amplio)–, que opera en el territorio vacuo de lo meramente "familiar": de lo ya sabido.
Se ha edificado, en esta dirección, un verdadero muro libidinal, todo un sistema de imperceptibles dispositivos inerciales de resistencia orientados a la intransigencia anti-intelectualista bajo los designios del marketing, del consumo rápido, de la bulimia lectural, del apresuramiento y la superficialidad maratónica; de la universalización, en los registros del pensamiento, del más trivial y competitivo Estilo Americano de Vida.
Estamos bajo el imperio de los signos cibernéticos. No en el sano sentido plasmado por Barthes en su obra casi homónima sobre el Japón, sino bajo el imperio del signo muchas veces ocioso, empobrecedor, comandado por una visión de la cultura como “divertimento”, pseudo-gestión periodística o desnudo espectáculo vacío.
De los "viejos y nuevos" valores activos más recónditos del alma, sólo se conservan las huellas de su paso vertiginoso por la blancura atónita de las pantallas…
No lamentamos tan sólo la velocidad de la información como velocidad de la no-liberación (P. Virilio), sino la difusión fragmentaria y empobrecida de textos; la divulgación carente de reposo, de serenidad, de auténtica voluntad espiritual, condiciones mínimas propicias para la asimilación real de contenidos.
Vivimos a la fecha un indiscutible grado cero de la cogitación, de la sensibilidad y de la imaginación trascendental.
Siempre han existido lectores (aunque hoy se noten más que nunca, dada la supuesta democracia virtual de la información y el conocimiento) que se ofenden ante la novedad radical de un texto que, en su posible devenir menor (G. Deleuze), pueda romper con las casi siempre burdas preconcepciones axiológicas de una sensibilidad molar propia del hombre adocenado.
Jacques Lacan le recuerda al trivial hedonismo contemporáneo: "Lo que yo llamo goce en el sentido en que el cuerpo se experimenta, es siempre del orden de la tensión, del forzamiento, del gasto, incluso de la hazaña. Incontestablemente, hay goce en el nivel donde comienza a aparecer el dolor."
Existen pseudo-lectores engreídos que no resisten la disolución de sus presuntas certezas apodícticas; que no soportan la evaporación del "saber supuesto" con el que se aproximan a un texto, ni siquiera el cuestionamiento de sus protocolos de abordaje a dicha configuración sígnica.
Pero esos lectores tampoco son capaces de actualizar su arrumaje hermenéutico en función de una real tensión cognitiva resultante de una confrontación con lo que desborda sus expectativas, con aquello que no entrega a primera vista sus reglas de funcionamiento.
No resisten, esos malos lectores, una reserva de escritura ajena a la simple languidez de su falso y presuntuoso arrobo "cibernético-decodificador", a entender como esclerosis interpretativa de cierta doxa o anti-doxa, –yerta no por virtual (creo en el valor del libro electrónico en sentido amplio)–, que opera en el territorio vacuo de lo meramente "familiar": de lo ya sabido.
Se ha edificado, en esta dirección, un verdadero muro libidinal, todo un sistema de imperceptibles dispositivos inerciales de resistencia orientados a la intransigencia anti-intelectualista bajo los designios del marketing, del consumo rápido, de la bulimia lectural, del apresuramiento y la superficialidad maratónica; de la universalización, en los registros del pensamiento, del más trivial y competitivo Estilo Americano de Vida.
Estamos bajo el imperio de los signos cibernéticos. No en el sano sentido plasmado por Barthes en su obra casi homónima sobre el Japón, sino bajo el imperio del signo muchas veces ocioso, empobrecedor, comandado por una visión de la cultura como “divertimento”, pseudo-gestión periodística o desnudo espectáculo vacío.
De los "viejos y nuevos" valores activos más recónditos del alma, sólo se conservan las huellas de su paso vertiginoso por la blancura atónita de las pantallas…
No lamentamos tan sólo la velocidad de la información como velocidad de la no-liberación (P. Virilio), sino la difusión fragmentaria y empobrecida de textos; la divulgación carente de reposo, de serenidad, de auténtica voluntad espiritual, condiciones mínimas propicias para la asimilación real de contenidos.
Vivimos a la fecha un indiscutible grado cero de la cogitación, de la sensibilidad y de la imaginación trascendental.
Siempre han existido lectores (aunque hoy se noten más que nunca, dada la supuesta democracia virtual de la información y el conocimiento) que se ofenden ante la novedad radical de un texto que, en su posible devenir menor (G. Deleuze), pueda romper con las casi siempre burdas preconcepciones axiológicas de una sensibilidad molar propia del hombre adocenado.
Jacques Lacan le recuerda al trivial hedonismo contemporáneo: "Lo que yo llamo goce en el sentido en que el cuerpo se experimenta, es siempre del orden de la tensión, del forzamiento, del gasto, incluso de la hazaña. Incontestablemente, hay goce en el nivel donde comienza a aparecer el dolor."
© Armando Almánzar-Botello.
Santo Domingo, República Dominicana.
Santo Domingo, República Dominicana.
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